En cierta ocasión, en una institución educativa del Estado de México donde trabajé hace algunos años, una persona me dijo “te estorba tu ética”. Ahí se presentaban como productos originales copias no referenciadas de capítulos de libros y artículos académicos. En resumen, se consentía el plagio, entre otras acciones que daban al traste con los procesos educativos.
Los ejes que regían esta situación eran la eficiencia, eficacia y competitividad: producir muchos materiales curriculares de uso interno y otros tantos para vender a diversas empresas e instituciones, optimizando recursos y tiempos en el afán de incrementar la ganancia monetaria para los dueños y socios de la institución, era la meta. Se perdían de vista así valores como la honestidad, el respeto, la integridad y dignidad de las personas. Vivía con asombro y resistencia los procedimientos y demandas institucionales que reforzaban el soslayo de estos valores. Por eso me estorbaba mi ética. Por supuesto, corté la relación laboral a causa de esto.
Cuán común es, por otro lado, la frase “el que no tranza no avanza”. Circula en varios ámbitos y sectores. En los negocios, por ejemplo, es un secreto a voces el ejercicio frecuente de operaciones corruptas, tales como falsificaciones, alteración de datos, prestanombres, entre otras. ¿El objetivo?, obtener mayores utilidades. Es de suponer que ahí haya profesionales a quienes les estorbe su ética. En todos los casos, el objetivo es beneficiarse de la globalización. ¿Cómo? A costa de lo que sea. Los ritmos en la vida de las personas, las instituciones, las empresas son muy acelerados y por tanto no queda tiempo de sentarse a cavilar sobre el sentido y valor de lo que hacemos. Lo único claro es que para beneficiarnos de la globalización, o por lo menos para que la crisis actual nos dañe menos, debemos ser eficaces, eficientes y competentes, y sobre esa línea hacemos carrera, muchas veces pasando por encima de los valores verdaderamente importantes. Los profesionales algunas veces afrontamos demandas en ese tenor.