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Día de las Escritoras

ESCRITORAS TODOS LOS DÍAS

Escrito por Ulises Velazquez Gil el . Posteado en La Marcha de las Letras

(Carta lectora para Cristina Liceaga)

Querida Cristina:

Desde hace tiempo quería escribirte esta carta, y creo que el momento idóneo para ello llega hoy, en que se conmemora el Día de las Escritoras, lo cual nos llena de gusto y refrenda tu compromiso con esa gran empresa llamada Escritoras Mexicanas.

Ahora que en todos lados se mencionan, a diestra y siniestra, los nombres de grandes colegas (de ayer, hoy y siempre), me puse a pensar cuál fue la primera escritora que leí en mi vida, y luego de pensarlo mucho, creo que siempre las he leído. Vamos por partes. La primera vez que vi en letras de imprenta el nombre de una escritora, fue en los libros de texto gratuito, cuando en el libro de lecturas veía los nombres de Margit Frenk y de Armida de la Vara firmando sus textos. (Con el tiempo sabría que detrás de aquellos textos escolares, había todo un mundo, de cuentos y narraciones en el caso de doña Armida, y de poesía lírica e investigaciones filológicas de la Dra. Margit.)

En la secundaria, he de confesarlo, no tuve buenas notas en las materias de Español, pero mi maestra de tercer año, Beatriz Arcos Pino, se encargó de conducirme por los caminos de la literatura; fue en su materia donde supe de la existencia de Rosario Castellanos y de Amparo Dávila, autoras que me “saludaban” con sus cuentos reunidos en los materiales de lectura del curso. Pero fue en la preparatoria donde se daría mi encuentro capital con la escritora que me cambió la vida…

En una de varias excursiones a una librería-papelería del centro de Tlalnepantla (sobre la cual he comentado en alguna entrega anterior de las Cartas de Minería), vi en una vitrina un libro con una extraña portada en colores verde y azul sobre fondo blanco, pero su título era lo más sorprendente: Los recuerdos del porvenir. (Creo que no es necesario decirte el nombre de su autora ¿verdad?) Lo compré sin pensarlo mucho y una vez que me enfrasqué en su lectura, me maravilló el estilo en que se narraba la novela, pero en ese momento hubo frases que, para serte franco, me dejaron con más dudas que certezas (mismas que el tiempo habría de volver epifanías). Terminé el libro y desde ese momento se inoculó en mí una inquietud por hacerme de más libros de escritoras.

Por obra y gracia de una profesora (abogada de formación), leí a Taylor Caldwell, quien me sorprendió con El abogado del diablo (una novela que no desmerece la lectura en estos tiempos tan interesantes, cabe decirlo); y luego de leer varios cuentos sueltos en materiales escolares, por fin pude hacerme de sendos libros de Rosario Castellanos y Amparo Dávila: Álbum de familia y Muerte en el bosque. Y en mi primera visita a una librería Educal (la sucursal de la Ciudadela, en especial), me topé con una autora que, para serte franco, me deslumbró casi de la misma forma que Elena Garro y su famosa novela: Esther Seligson. Aunque ya sabía de ella, como traductora de Emil Cioran, leerla me abrió otro mundo, el Mar Rojo, podría decirse. Quedé prendido de su narrativa (reunida en Tríptico) que me pasé toda una temporada recorriendo todas las sucursales de Educal y comprar todos los ejemplares disponibles para obsequiarlos a diestra y siniestra. (¿Me atreveré a pensar que “agoté” la edición? Digamos que sí…)

A la par de mis pesquisas por los ejemplares de Esther Seligson, también supe de otras autoras que me acompañaron en mi larga espera para ingresar a la UNAM (por el paro de 1999, si no me falla la memoria); Beatriz Espejo y sus Muros de azogue, Enriqueta Ochoa y el Retorno de Electra, o las Huellas de luz de Coral Bracho; tiempo después, y por obra y gracia de la colección Narrativa Actual Mexicana, de venta en los puestos de revistas, conocí a Ángeles Mastretta (Mal de amores), Elena Poniatowska (La “Flor de Lis”), Guadalupe Loaeza (Primero las damas), Sara Sefchovich (Demasiado amor), Ikram Antaki (El espíritu de Córdoba), Rosa Beltrán (La corte de los ilusos), además de reencontrarme con dos antiguas conocidas: Rosario (Oficio de tinieblas) y Elena, cuya novela no es necesario mencionar.

Con el paso del tiempo, y gracias a suplementos y revistas literarios, supe de otros nombres que leía con suma atención, al grado de que la vida, en agradecimiento por mi fidelidad lectora, me obsequió el privilegio de conocerlas. Por un miércoles literario en la FES Acatlán, conocí a Beatriz Escalante; la poesía de Ingrid Solana nos obsequió una primera conversación en el patio de la Fundación para las Letras Mexicanas; la serie Fervores de Parentalia ediciones, un primer encuentro en Bellas Artes con Claudia Hernández de Valle-Arizpe; una venta nocturna del Fondo de Cultura Económica, el dinamismo de Julia Santibáñez, y por obra y gracia de nuestro señor editor y de una maravillosa cuentera de la Tabacalera, conocerte a ti.

Una de las maravillas de las llamadas redes sociales reside en reunir a muchas personas con intereses en común, en particular, el oficio de leer y de escribir. ¿Qué sería del Twitter sin los palíndromos de Merlina Acevedo, la poesía erótica de Mónica Soto Icaza, o de las reflexiones de Alma Delia Murillo? Y en ese panorama, la llegada de Escritoras Mexicanas es una celebración y un aprendizaje simultáneos, por las letras que se tienen en común, y para las conocencias en proceso de serlo.

En algún texto que leí hace años, un escritor (brigadista de origen, hoy corredor de Fondo) decía que, en cualquier “día de algo”, estaba latente la siguiente justificación: “te celebro un día al año, para compensar 364 de olvido”. Para las escritoras ya estuvo bueno de olvidos y de omisiones como para tener un solo día ¿no crees? Por ello, digno es que su obra se lea sin concesiones de ningún tipo, sin cuotas ni intereses de por medio, donde el talento desmedido destelle por cuenta propia, simple y sencillamente, sin importar época ni género de escritura.

En fin, querida Cristina, todavía queda mucho por hacer, sobre leer y difundir la obra de nuestras colegas; ojalá y este pequeño testimonio sea una pequeña semilla para que en este preciso instante nazca el siguiente lector de Elena Garro, de Beatriz Espejo, de Karen Villeda, de Ave Barrera, o de quién tú quieras, porque la vida es mejor cuando se tienen escritoras todos los días: desde la página impresa hasta la conversación inusitada en ferias del libro.

Como siempre, un placer coincidir contigo. Muchas gracias por todo.

Te abraza,

Ulises Velázquez Gil

@Cliobabelis

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