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AFANES Y PALABRAS

Escrito por Ulises Velazquez Gil el . Posteado en La Marcha de las Letras

(Carta sobre un primer libro para Mónica Vargas)

Querida Mónica:

Luego de ver (dos, tres veces) el video más reciente de tu canal de YouTube, todas las impresiones que te quería compartir no bastarían parar un tuit, o para un mensaje privado, sino para un espacio más amplio, es decir, una carta, resultado de varias notas hechas a medida que avanzaba el video.

El tema de esta ocasión, compartir tus experiencias al ser coautora de Donde llueven acuarelas, al alimón con un colega de grato recuerdo, José Botello Hernández (a quien conocí por mi gran amiga Rosalía Velázquez Estrada, en un coloquio realizado en la Facultad de Filosofía y Letras, y que tiempo después, nos encontrábamos por los pasillos de la FES Acatlán), en torno a tu ciudad, Apizaco. Tlaxcala. Una de las cosas que me hizo ruido fue una frase tuya: Sé que pude haber hecho algo mejor, y a partir de ahí, compartiste tu experiencia al ver una obra tuya en letras de imprenta.

En realidad, todo primer libro suele tener algunas fallas de origen, y no lo digo a la ligera, sino porque también pasé por ese trance… dos veces. Y seguro te preguntarás por qué. La primera vez fue en 1998, con un libro colectivo, Luz de oscuro velo, donde tuve la fortuna de publicar mis primeros textos: tres sonetos, unos haikus para siempre verdes y dos intentos de cuento. Con el tiempo, descubrí que los únicos textos que superaron la prueba del tiempo fueron los sonetos. (Aún me planteo rescatarlos, sabes…) Mientras que la segunda vez, ya en solitario, fue hace seis años, con Sirenas del mp3 y algunos portarretratos, publicado por la editorial de un colega y amigo muy querido. Hace un año, y con motivo de los nuevos lanzamientos editoriales de la FIL Minería, mi editor me planteó una reedición, la cual aprobé de inmediato, pero con la condición de aumentar el número de los textos: en lugar de los trece de la edición original, serían veintisiete en esta nueva tirada. (En ambos casos, obsequié ejemplares a diestra y siniestra.)

Otra frase tuya que me movió el piso: Los textos pueden dar más. Y es verdad, una vez que se ve en caracteres de imprenta un texto que pudo extenderse en extensión, tener un enfoque diferente, o simplemente ya no te convence, se vuelve necesario reescribirlo, de quitarle algunas fallas, hasta que se vea (se lea, según el caso) un poco más legible. Con ese primer paso, el resto del camino va por tu cuenta, donde el tiempo te insistirá en reescribirlo, con todo y sucesivos libros al paso.

Hay dos frases más que se relacionan entre sí: Me vi muy apresurada y no le di tiempo al tiempo, y Las cosas hechas a las prisas nunca terminan de convencernos. Sobre la primera, es comprensible que el tiempo que se te dio para la escritura de tus textos fue muy breve, y fue toda una proeza cumplir con tu parte del trabajo, porque como dijiste antes, esos textos daban para más. Respecto a la segunda frase, disiento contigo. (Ojalá que por única vez…) A veces, es necesario escribir bajo presión, y para que los textos fluyan bajo esa circunstancia, hay que leer, leer y leer. Tradúzcase esto en las actividades que gustes, desde la música y la degustación de una buena bebida, hasta la lectura y la realización de un video de YouTube. (La receta varía de persona a persona, sabes… Es más, la columna que alberga la presente carta se forma, precisamente, con textos hechos a teclado batiente, con el fin de llenar el espacio y no quedar en blanco.) Con la práctica constante de la escritura bajo presión, se “hace brazo” para empeños más grandes, como un ensayo o una novela; mientras no te bajes de la bicicleta, desde luego.

Una de las cosas donde haces mucho énfasis, es en las estampas de tu ciudad; mientras leías “Fiesta sorpresa” y “Una fiesta en la boutique”, no resistí asociarlos a los que incluyó Armida de la Vara en su libro De lo cotidiano, donde las historias de un pueblo llamado San José de Gracia se hacen universales por contar sucesos y cosas de la gente -en los cuales no dudamos en identificarnos-, y en ese sentido, la geografía se queda corta. (Luis González y González, también habitante de aquel pueblo referido por doña Armida, acuñó un término muy hermoso, matria, que otros autores más pomposos se empecinan en llamar “patria chica”.) A lo que voy: mientras hablas de Apizaco, describes el mundo, en particular, tu visión de éste.

Con todo y que tu parte del libro fue resultado de un encargo, aprovechaste la oportunidad para ponerle tu sello, es decir, incluiste minificciones. Sin embargo, reconoces que todas debieron tener una pauta, y es verdad, pero mientras tengas claro el objetivo, la brevedad y la concisión te las dará el tiempo mismo. (Ahora que me acuerdo, tu tocaya y colega Mónica Soto Icaza hizo algo similar en Monoretrato autólogo, de 2008. Dejo el dato por si acaso.)

Cierro estas líneas citando otra frase tuya: yo nunca quise ser escritora, pero ahora que lo estoy poniendo en práctica, tengo que hacerlo mejor. Te tengo una excelente noticia: ya lo eres, por el hecho de compartir una parte de tu mundo, y expresarlo en minificciones o en otros textos, porque quien escribe una vez, puede una segunda, y quien así lo hace, una tercera, cuarta, hasta que la vida nos dé licencia. (Lo importante es no dejar de aprender… o de fracasar, como en La familia del futuro.)

En espera de leerte muy pronto, recibe mi admiración y cariño, y que tus afanes y palabras sean el principio de una ingeniosa y genial trayectoria.

Un cálido abrazo de tu colega a distancia

Ulises Velázquez Gil

@Cliobabelis

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