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Rodrigo Martínez Baracs

AFANES DE HORMIGA

Escrito por Ulises Velazquez Gil el . Posteado en La Marcha de las Letras

Ulises Velázquez Gil

En el prólogo a la edición Porrúa de México insurgente y Diez días que estremecieron al mundo de John Reed, se puede leer la siguiente frase, a guisa de epígrafe: “Ser tu amigo es tratar de ser honrado intelectualmente”. Si nos guiamos por los significados de la palabra honrado, resaltan distinción y honestidad, cualidades que quien las recibe, le ofrendan el mayor reconocimiento.

Consciente de lo anterior, Rodrigo Martínez Baracs nos entrega, bajo la señera figura del discurso académico, su acercamiento a una de las facetas más importantes de su padre, el escritor José Luis Martínez, en particular aquella que dio orden y ulterior presencia en el panorama cultural de su tiempo, y, que, por ende, trasciende fronteras de orden cronológico y espacial.

José Luis Martínez, editor, pasa revista a uno de los trabajos más importantes dentro de la vida y la obra del autor de La expresión nacional: su faceta editorial, de donde abrevaron varias empresas posteriores: [es] de interés repasar su vida y obra desde el punto de vista de su actividad como editor, pues la edición es una actividad que abarcó la mayor parte de su vida. No hubo trabajo que desempeñara, como escritor y como funcionario, en el que el aspecto editorial no estuviera presente. Sobre este aspecto, Martínez Baracs lo enfatiza de la siguiente forma: […] edición de textos y documentos, a menudo con estudios y notas, dirección de revistas y editoriales, y coordinación de estudios colectivos.

Sin embargo, y por más que intente disociar la vida de la obra, la primera pone la pauta en cuanto a la aparición de la segunda. Vayamos por partes. Su encuentro con varios de sus contemporáneos incide en los proyectos a realizar; con Alí Chumacero y Jorge González Durán creó la revista Tierra Nueva, y su admiración por Alfonso Reyes lo condujo por los senderos de su obra, al grado de involucrarse en su creación, tal y como sucedió en el volumen México en la cultura, donde Reyes, en un ejercicio de generosidad, lo subió a ese barco a través del texto “Las letras patrias”. Pero el empeño de magnitudes épicas llegaría después con la Cartilla moral, sobre la que Martínez Baracs nos pone al tanto. En la Secretaría de Educación Pública la actividad como editor de mi padre se multiplicó. Para la Cartilla alfabetizadora de 1944, que elaboraba un equipo de pedagogos de la SEP, mi padre le pidió a Alfonso Reyes que escribiera dos o tres lecciones finales de menos de una página con preceptos elementales de moral. Pero don Alfonso no pudo acotarse a las dos páginas requeridas y en cambio, en un intenso fin de semana, escribió 40, un magnífico tratadillo sobre ética, la famosa Cartilla moral, que no se podía incluir en la Cartilla alfabetizadora. (Años después, su padre le hace algunos ajustes para hacerla más asequible a las nuevas generaciones. Aunque éstas, polémica mediante, la conozcan de primera fuente, y hasta suscitando una versión de corte inmoral.)

Un buen editor, como todo lector que se digne de serlo, debe nutrirse de todas las lecturas que salen a su paso, y José Luis Martínez siempre echó mano de éstas, a fin de realizar toda suerte de faenas que conlleva la edición, no sólo de libros, sino también de revistas y con un poco más de pericia, hasta ambas en una sola exhibición. De los libros que quedaron a su cuidado, aparte de aquellos de alfonsina estampa, destacan los dos tomos de El ensayo mexicano contemporáneo (constantemente revisados, dado su ímpetu autocrítico), las Memorias de la Academia Mexicana de la Lengua (con todo y ediciones facsimilares), las antologías de El mundo antiguo (todavía en espera de una merecida “reencarnación” editorial), y, desde luego, su paso por la dirección del Fondo de Cultura Económica, institución desde donde fraguó una de las empresas más ambiciosas hasta ese momento. El ambicioso proyecto personal que sí pudo realizar […] fue el de hacer una edición facsimilar de completa de las más importantes Revistas Literarias Mexicanas Modernas, de la primera mitad del siglo XX. Se conjugó la feliz circunstancia de que mi padre era director del Fondo, de que él mismo tenía en su biblioteca la mayor parte de estas revistas literarias, y de que las había estudiado, de tal modo que realizó casi toda la edición con sus propios ejemplares.

Ejemplares propios como esfuerzos físicos, donde seleccionar, revisar, consultar, corregir y sobre todo leer, fueron fundamentales para establecer -su palabra favorita, recuerda Enrique Krauze en Retratos personales– una conversación con las letras mexicanas […] como si la tarea fundamental de su vida estuviera contenida en el lema Tolle lege, “Toma y lee”, que nos legó san Agustín […], fundamental para cualquier mexicano que busca resolver la crisis política, moral, cultural que vive el país, que en última instancia es una crisis de lectura, de incapacidad para tener presente el legado que nos van dejando los hombres más sabios y generosos que nos antecedieron.

Para finalizar, bien cabe volver a la frase referida al principio de estas líneas. José Luis Martínez es honrado por partida doble por su hijo Rodrigo, sea por su presencia señera en la cultura mexicana, sea por su ejemplo de honestidad intelectual, cuyos afanes de hormiga prosigue el autor en su propia labor historiográfica. (Mientras el padre pasó de las letras a la historia, el hijo, por el contrario, transitó el camino a la inversa. Eso sí, en ambas plumas destella la pasión por el conocimiento.)

En estos tiempos, donde los vientos soplan hacia direcciones contrarias y la historia cae en manos maniqueas, digno es acercarse a la obra de un editor sin par, y doblemente, por boca de quien vivió a flor de piel todas sus batallas. (Al final del día, leer para conocer. Que así sea.)

Rodrigo Martínez Baracs. José Luis Martínez, editor. Discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua. México, Universidad Nacional Autónoma de México/ Academia Mexicana de la Lengua, 2021.

@Cliobabelis

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