PROMESAS, REGRESOS Y TRAVESÍAS

Escrito por Ulises Velazquez Gil el . Posteado en La Marcha de las Letras

(Carta sobre Love of Lesbian para Tania Rodríguez)

Querida Tania:

Hace algunos días, me compartiste un sueño: estabas en Londres, a bordo de un autobús, junto a un ex compañero nuestro y su novia, y mientras se divertían de lo lindo, como si de una película se tratase, la música de Love of Lesbian a guisa de soundtrack. Al despertar, caíste en la cuenta de dos cosas: nuestro compañero iba de pasajero en un autobús de regreso a la Ciudad de México, y éste que lees, en el Auditorio Nacional, viendo a los responsables de tu banda sonora. (No cabe duda, para muchas cosas de la vida, eres puente. Bien lo sabes.)

A todo esto, ¿te conté alguna vez cómo conocí a Love of Lesbian? Para ello, debo mencionar primero las Lunas del Auditorio, ceremonia anual que reconoce a lo mejor del espectáculo en México. Cada año, mediante dinámicas en redes sociales, lograba conseguir entradas para la ceremonia, en la cual el talento artístico abarcaba diferentes géneros, representativos de las categorías a premiar.

Llegó la edición de 2018 y como suelo hacer en cuanto aparecen los primeros anuncios de la ceremonia, estaba al pendiente del talento artístico invitado para la ocasión. (Para serte franco, sólo me interesaba ver a Edith Márquez y el musical de Los miserables, sin embargo, era ya un hecho que saldría del Auditorio con un nuevo cantante o grupo de mi predilección.) Dentro del elenco de ese año me sorprendió ver anunciado a un grupo de nombre Love of Lesbian, pero en ese momento no me pasó checarlo en YouTube, así que lo dejé pasar. Llegó el día del espectáculo, miércoles 31 de enero de 2018, al cual acudí con dos amigas: mi vecina arquitecta y la Embajadora de Nestlé (ya vuelta toda una Ibero girl, y quien me acompañó en 2016); con todo y que llegamos algo tarde, nos acomodaron en segundo piso. Cerca de la mitad de la ceremonia, donde ya se habían entregado los primeros galardones de sus correspondientes categorías, uno de los presentadores anunció la llegada al escenario de las Lunas de un grupo español de talla internacional, que semanas antes hizo cimbrar el Auditorio Nacional con canciones como “Bajo el volcán”, que escucharíamos a continuación.

En cuanto el grupo comenzó su interpretación, como dicen en España, no me flipó, pero en cuanto sonó “Manifiesto delirista”, haz de cuenta que recibí una gran descarga eléctrica, que me hizo levantar del asiento, poniéndome a bailar y a cantar esa parte de “Qué suerte que aún gente que lo hace fácil, aquellos que consiguen que fluya bien…” Mi vecina arquitecta quedó impactada con el cambio de ánimo durante el número de Love of Lesbian, y hasta me pareció leer en su cara un “ya te veo como nuevo fan de ese grupo”, cosa que sí sucedió. (Desde aquel día, me prometí verles de nueva cuenta.)

Dos semanas después de la ceremonia, aproveché un momento de ocio para buscar en YouTube la canción que no me llamó a la primera, “Bajo el volcán”. La escuché dos, tres, hasta cuatro veces (con todo y un videoclip muy interesante), para llegar a una sola conclusión: “¡Es una joya! ¡Y hasta ahora te das cuenta!” Y allí no quedó mi impresión, porque después me puse a escuchar como poseso el resto del álbum, de nombre El poeta Halley. Para navidades de aquel 2018, me obsequié dicho CD, aunque también había otros de la banda, como El gran truco final, grabado en vivo, o el ya legendario 1999, pero el magnetismo hacia ese disco era intenso. Una vez en mis manos, lo puse en mi ya desgastada grabadora, y en cuanto sonaron las primeras notas de “Planeador”, me dije “esa canción la hicieron para mí…” (Y no era para menos, pues me regresó a la época en que esgrimía mis primeros poemas…) Se siguió con “Bajo el volcán” (flipante de principio a fin, al igual que “Cuando no me ves”, de cierta forma, su contraparte), y así hasta llegar a “El poeta Halley”, cuya lectura del poema final por parte de Joan Manuel Serrat, no dejaba de conmocionarme. (Desde ahí, supe que no sería la única coincidencia con Santi Balmes, letrista y voz cantante de LOL.)

Llegó 2019 y en enero se dieron dos sucesos importantes con Love of Lesbian en mi banda sonora: el reencuentro con mi doctora de Iztacala, a quien le dediqué “Los males pasajeros”, y por el otro, la delicada salud de mi papá, quien se encontraba internado en el Hospital Bicentenario del ISSSTE. Mientras esperaba su mejoría, mi compañía en esa larga madrugada fue “Océanos de sed”. (Hoy día, no dejo de agradecerlo.)

Andando el tiempo, escuché otras canciones suyas, pero todavía no me asumía como fan de hueso colorado, hasta que un día, y gracias a la programación de Reactor 105.7, supe de una canción totalmente diferente a lo que había escuchado en El poeta Halley. Se trataba de “El astronauta que vio a Elvis”, en cuyo videoclip aparecían Santi, Oriol, Julián y Jordi (vocalista, baterista, guitarrista y bajista, respectivamente) ¡en versión animada! Obviamente me eché un clavado al yiutub, donde me seguí con otras canciones suyas, entre éstas “Charlize SolTherón” (contraparte de “El astronauta…”), “Allí donde solíamos gritar” y una que me sigue moviendo fibras muy delicadas: “Belice”.

Para 2020, ya se sabía que LOL volvería a México, luego de la promesa contraída dos años antes, tanto por el concierto de los veinte años como por su breve escala en las Lunas del Auditorio, pero un suceso inesperado (que no es preciso mencionar, bien lo sabemos) pospuso ese deseo. Sin embargo, una banda que destella talento y genialidad por los cuatro costados nunca se queda quieta, por más confinamientos que se den, y para finales de ese año, Santi y su pandilla dieron a conocer “Cosmos (antisistema solar)”, primer sencillo de su nuevo álbum, que, luego de otros sencillos más, se supo su nombre: Viaje épico hacia la nada (también conocido por las siglas VEHN). Y para seguir muy en contacto con sus activos y nuevos fans, se les invitó a enviar toda serie de videos de su ciudad y de las cosas que hacían durante el confinamiento. De esa convocatoria surgieron los videoclips de “Eterna revolución”, “Crisálida” y, desde luego, el homónimo del álbum.

Un suceso que me dio la bienvenida al cuarto piso fue una operación, a mediados de julio de 2021; con todo y que no habían pasado 24 horas después de mi valoración, se me programó, prácticamente, de inmediato. Me presenté a la hora acordada y mientras esperaba mi turno para entrar a quirófano, me puse a cantar “Sesenta memorias perdidas”, canción del VEHN que acababa de conocer. Después de la operación (exitosa, desde luego), fui llevado al área de recuperación, donde reinaba un silencio desolador, y para romper un poco esa monotonía, que me pongo a cantarla. A las pocas horas, pasé de camilla a sillón (como preparación para dejar el hospital), y cerca de mí estaba una joven paciente (que pasaba por una situación más fuerte, según lo que logré escuchar). En los pocos minutos que se nos dio charlar, agradeció mi “interpretación” que le generó una pequeña alegría. (Gracias a esa canción, sigo en este mundo y me prometí cantarla a voz en cuello en el primer concierto de LOL que se me atravesara.)

Dice un adagio oriental que no hay que prometer cosas cuando nos invade una enorme alegría, ni responder cartas cuando nos embarga el enojo. Sin embargo, si esa alegría es algo que nos llena de vida, da lo mismo si se cumple en días, meses, incluso años, siempre y cuando las cosas para realizarla estén a la mano. Y así fue, porque cuando supe de la visita de Love of Lesbian a México, programada para el 14 de octubre de este año (a casi cuatro años del Auditorio, y nueve de su primera presentación en el Caradura), me dije “llegó la hora de pagar mi deuda”. En el asueto de semana santa, me fui como nena en tobogán a la taquilla y media hora después, ya tenía en mis manos un par de boletos para dicho concierto. (Sobra decir a quién invité, ¿verdad?)

Mientras llegaba la hora soñada, no paraban las sorpresas: la banda anunció una segunda fecha en la Ciudad de México, cuatro días después, pero en el Teatro Metropolitan, escenario de su consolidación en México, y como cereza del pastel, una firma de autógrafos en algún lugar de la colonia Doctores, dos días antes de la primera fecha. Y como seguro te imaginarás, me lancé allí sin excusa ni pretexto, armado con mi CD de El poeta Halley y un ejemplar de El hambre invisible, novela escrita por Santi Balmes, que le había encargado a una amiga historiadora en su paso por Madrid. Lamentablemente, a cada persona sólo se le firmaría un objeto, así que, en el último instante, opté por el cuadernillo del CD. Luego de casi cinco horas formado y con el estómago vacío, me llegó el turno para firma y fotografía (ésta, en toma única, por la pila súper baja de mi teléfono), agradecí la oportunidad y con una sonrisa de oreja a oreja, emprendí el regreso a casa. (Todavía resuenan tus palabras luego de que te compartí aquella foto: “Para mí, la banda está completa”. Y desde ahí, el sol sigue sin ponerse en tu reino, sabes…)

Y como “no hay día que no llegue ni plazo que no se cumpla”, llegó el día del concierto en el Auditorio Nacional. Pasadas las 8 pm, quien esto escribe y mi doctora de Iztacala llegamos muy a tiempo; nos encontramos a una joven pedagoga de Acatlan City (declarada fan de LOL, cabe decirlo) y esperábamos encontrar a su hermana Londres y novia que le acompaña. Pasadas las 8:30 pm, comenzó el show y, como suele pasar con los conciertos de la GiraVEHN, abrieron con “Viaje épico hacia la nada”. Desde ahí, el público se volvió una sola voz a medida que aparecieran las canciones, tanto las del nuevo álbum como los buques insignia, llamados “1999”, “Club de fans de John Boy” y los ya mencionados “Belice” y “Allí donde solíamos gritar”.

Por las veces que mi doctora y yo hemos ido juntos a conciertos, ya deberíamos hacernos a la idea de cargar un paquetito de pañuelos desechables, porque el llanto y la conmoción de mi parte no se hacen esperar, y ésta no fue la excepción. Literalmente, me deshice, ya te lo imaginarás, con “Sesenta memorias perdidas”. (“Por esta canción, estoy aquí…”, le dije. Y su apapacho no se hizo esperar.) Desde ese momento, comenzaría la pasarela de promesas por cumplir. Con “Escuela de danza aérea”, saqué a bailar a mi doctora y en la parte final de “El poeta Halley”, apareció Joan Manuel Serrat en la pantalla que estaba detrás del escenario. (Promesa cumplida, Tania.) Además, me sabía tres cuartas partes del setlist presentado en esa noche, lo cual, de cierta manera, también es otra promesa: sólo acudir a los conciertos para cantar más de cuatro canciones de equis o ye artista.

Al término de tan glorioso espectáculo, mi doctora y yo nos adelantamos a salir, a fin de evitar tumultos y largas filas para el sanitario. Ya en las escalinatas del Auditorio, nos alcanzaron mi joven pedagoga de Acatlan City, la química Londres y su novia Diane, a fin de intercambiar impresiones del concierto. (“¿Volverías a ver a Love of Lesbian si te invito de nueva cuenta?”, le pregunté a mi doctora. Sobra decir cuál fue su respuesta.)  

En fin, queridísima Tania, podría contarte más cosas sobre la presencia de Love of Lesbian en el soundtrack de mi vida, y de los sucesos y figuras relacionados con sus canciones, los libros de Santi o alguna mención de sus letras para cualquier momento. (El fin de semana, durante la presentación de un libro, cité la parte final de “Viento de oeste” –inspiradora, un poco espiritual y blasfema, a decir tuyo.) De algo sí puedo estar seguro: cada nueva escucha se llena de promesas, regresos y travesías, a la espera de hallar el instante perfecto para su aparición.

En espera de nuevas coincidencias y renovadas conversaciones, recibe mi cariño, admiración, agradecimiento y el fuerte abrazo de

Ulises Velázquez Gil

@Cliobabelis

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