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LAS HORAS DE MI AGENDA

Escrito por Ulises Velazquez Gil el . Posteado en La Marcha de las Letras

Ulises Velázquez Gil

Memorias analógicas. Porque “no hay día que no llegue ni plazo que no se cumpla”, finalmente nos la jugaron las altas esferas con el llamado apagón analógico, con el cual millones de aparatos de tevé dejaron de recibir señal. Para los detractores de la “caja idiota”, un pendiente menos, pero para el resto de los televidentes, una razón más para hacer de esta temporada intensa e inmensa (según como gusten verlo).

Para el firmante de esta columna, la cosa se ve de dos formas: por un lado, ya no habrá programas insulsos que me distraigan de varias actividades –entre éstas, preparar mis entregas semanales–, y, por el otro, una tremenda ansiedad al no contar con las señales del Once, el Veintidós, incluso el Mexiquense, que casi me llevan a emular a Homero Simpson en su particular homenaje-guiño de ojo a El resplandor. Imagínense por qué.

Sin embargo, no todo está perdido. Estos días sin señal analógica me llevaron a recordar tantas cosas que como televidente estándar tuve la dicha de ver. Comencemos por el principio.

La primera televisión que tuvimos en la casa fue una Hitachi, blanco y negro, en la cual veía religiosamente tanto los Thundercats como Cosmos de Carl Sagan, y de vez en cuando Nosotros los Gómez, añeja serie del canal 2 protagonizada por Evita Muñoz Chachita y Freddy Fernández El Pichi. Pero mis temporadas frente al aparato no eran tan maratónicas que digamos, porque, hasta el día de hoy, soy un irredento radionauta.

Andando el tiempo, y con un aparato a colores, obsequio de mi abuela paterna, me divertía con el canal 5 y toda la barra de caricaturas, hasta que la familia Telerín hacía su aparición en la pantalla y comenzaba otro tipo de programas, entre éstos, los musicales (que me siguen encantando, por cierto). Pero el parteaguas llegó en 1992, cuando la señal de Canal Once llegó con toda intensidad a mi casa. Fue mi papá quien nos metió a todos la sana costumbre de ver un canal diferente; películas diarias a las 10 pm, documentales de factura alemana, y sobre todo, el programa que marcó a mi generación, Ventana de colores. Dibujos animados de Polonia (Reksio, Bolek y Lolek) y de Rusia (con el sello de Soyuzmultfilm, de los que recuerdo con singular alegría a unos changuitos traviesos y a su preocupada madre, habitantes de un zoológico), programas de Japón (¿Puedo hacerlo yo?, con Noppo y Gonta), y la serie alemana Peter y su cajón de juguetes, con las andanzas de un viejito singular, siempre en busca de respuestas. No cabe duda que Ventana de colores fue durante muchos años un escaparate para la imaginación, sin dejar de lado el conocimiento, como en Érase una vez… Los inventores, o Las auténticas aventuras del profesor Thompson, suerte de “Indiana Jones” animado, pero con viajes en el tiempo. (Ah, ¡claro! No se me puede olvidar que gracias a Ventana…, la barra infantil del Once obtuvo gran fuerza que después surgieron producciones propias como Bizbirije o El diván de Valentina, pero que la generación que me sigue platique bien y bonito de ellas.)

Ya entrado en mis primeros años como universitario, el Canal 22 me dio dos programas que hoy tengo entre los más queridos: La dichosa palabra y la serie española Cuéntame cómo pasó. (Ya que menciono serie y española, el Once no se quedaba atrás, con Periodistas, Con dos tacones y la saga del detective Pepe Carvalho, que me llevó a leer las obras de Manuel Vázquez Montalbán, por cierto.) Ya después, en un afán salomónico, me hice asiduo de ambos canales, inclusive llegué a visitar sus instalaciones gracias a un obsequio de sus programas: un libro de Alberto Ruy Sánchez, cortesía de El Tal Chou del Once, y una antología compilada por Vicente Quirarte y Bernardo Esquinca, por parte de La dichosa palabra.

En fin… Son tantas cosas que recuerdo (como un viejo elefante, diría Marcello Mastroianni) de la tevé que necesitaría un espacio más grande para ello. Por ahora, sólo dejaré estas líneas por aquí, mientras la memoria se digna en hacerlo de nueva cuenta… (Fin de la señal.)

Biografías en la mesa. Una colega y amiga mía, cuando le di a leer una ponencia sobre un personaje de mi predilección, me lanzó por Twitter la siguiente respuesta: “Tu pluma escogió escribir biografía”. Y no es para menos, puesto que mi gusto por las biografías es evidente, y cada que el “agua de azar” me regala (ésa es la palabra) la oportunidad para acercarme a determinado personaje, siempre hay una buena biografía esperándome. Y en esta temporada, así será.

Gracias a dos colegas y amigos muy queridos, recibí de obsequio sendas e interesantes biografías: Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe de Octavio Paz, y Un corazón adicto. La vida de Ramón López Velarde y otros ensayos afines de Guillermo Sheridan, que desde este momento forman parte de mi anaquel exclusivo para biografías, junto a las de Ignacio Allende (Adriana Rivas de la Chica), Martín Luis Guzmán (Susana Quintanilla), Elena Arizmendi (Gabriela Cano), Ángel María Garibay (Miguel León-Portilla y Patrick Johansson), Basilio Vadillo (Pablo Serrano Álvarez) y de Victoriano Salado Álvarez (Alberto Vital, hoy flamante Coordinador de Humanidades de la UNAM). Y mientras llegan otras a este puerto de lectura, disfrutaré con todo gusto de mis presentes biográficos. Sí que sí.

Gloriosos y francófonos centenarios. En este 2015, desde el ángulo donde se quiera ver, Francia fue materia prima de noticias impresas, radiales y televisivas, sobra decir por qué. Sin embargo, este año marcó dos aniversarios importantes, concretamente, el centenario de dos importantes figuras de la cultura francesa: la cantante Edith Piaf y el escritor y crítico Roland Barthes. Sobre este último, en ambas orillas del océano se han hecho innumerables homenajes de índole académica, incluyendo la difusión de toda su obra. Respecto a la gloriosa cantante (née Edith Giovanna Gassion), con todo y el alud de programas especiales y programación en radio de todas sus canciones, queda decir que siempre se le recuerda, porque su canción emblema, La vie en rose, unifica sensibilidades sin importar geografías de cualquier tipo. Y el mejor de todos los homenajes siempre reside en escucharla.

(Paréntesis aparte: En la prolífica bibliografía de Roland Barthes, se encuentra su libro Mitologías, volumen de ensayos en torno a figuras y hechos enclavados en la cultura popular, entre éstos, la lucha libre. Me pregunto, en este instante de 2015, si a Barthes le atrajo la presencia de Edith Piaf como para tomarla como materia prima de un ensayo al respecto, en ampliación de esas “mitologías”. Como diría un ex alumno suyo, “sólo la ouija”. Vivir para ver.)

Centenario en la bolsa. Ya que el tema de los centenarios sigue en el aire, en 2016 le llegará el turno a una excepcional escritora, cuya vida, más allá de la obra, sigue suscitando admiraciones que polémicas. Me refiero a Elena Garro, cuyo centenario no pasará desapercibido, desde el ángulo donde se quiera ver.

Aunque una prestigiosa editorial reunió en tres volúmenes toda su obra (labor bastante encomiable, lo que sea de cada quien), todavía es necesaria una exhaustiva difusión y un estudio sesudo de sus obras, dejando muy de lado toda la alharaca generada por dimes y diretes que por sabidos se omiten.

El mejor homenaje que debe recibir una escritora de grandes alcances literarios, como es el caso de Elena Garro, es leerla, sin duda, pero al difundir su obra se le justipreciará mejor, para encontrar (mejor dicho, recuperar) el lugar de honor que le corresponde en las letras mexicanas.

Ojalá y este centenario no se vuelva “moneda de chocolate”, como jocosamente me decía una colega (¡y “garróloga” para más señas!). Por ahora, a conseguir las obras de Garro que nos falten, o acercarse a las conocidas para reforzar nuestra defensa. Quede aquí la encomienda. (¡¡Gracias!!)

@Cliobabelis

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