LAS HORAS DE MI AGENDA
Ulises Velázquez Gil
Docu-pop. Hace algunas semanas, se dio en la cuenta de Twitter de Canal 22 un cierto desconcierto con la programación del documental Timbiriche: la misma piedra de Carlos Marcovich, en torno a un notable grupo del pop en español de los últimos cuarenta años, lo cual desató comentarios adversos, favorables y hasta se tomó a broma retroactiva del Día de los Inocentes. De las reacciones en contra, todas se resumen así: “¿por qué un canal cultural dedica su horario estelar a un grupo emanado de Televisa, cuya música no es trascendente?” Vayamos por partes.
Cuando se da una polémica relacionada con cultura y espectáculos, no dejo de tener presente una sentencia del historiador michoacano Luis González y González: Todo es Historia. Y dentro de la palabra historia, bien caben la Segunda guerra mundial y la Revolución mexicana que el cinematógrafo y la televisión, Bach y Wagner que Edith Piaf y Joan Baez; Margaret Thatcher y Michelle Obama que Madonna y Dua Lipa. Es decir, todo tema es sujeto a estudio, análisis y, por qué no, a divulgación. (De hecho, el propio Luis González abordó, en su discurso de ingreso a El Colegio Nacional, la importancia de la divulgación, sin importar el medio, mientras se cumpla con el objetivo; don Luis hacía énfasis en la televisión como medio para difundir la Historia en general, y que hoy día, se aplicaría de igual forma para la radio y el internet: desde canales de YouTube hasta podcasts en plataformas diversas, el fin divulgador es el mismo.)
Recuerdo que, en mi infancia, cuando se hablaba de cine comercial, de telenovelas, o de las estaciones de radio que programaban la música del momento, era -literalmente- perder el tiempo, cuando se ganarían más cosas viendo el Canal Once, yendo a la Cineteca Nacional y aventarse un ciclo de Ingmar Bergman, o escuchando Radio Educación o la extinta XELA, de clásico perfil. Pero fue el slogan del noticiario cultural del Once el que dio el equilibrio perfecto entre ambos mundos: Tú eres tu cultura. Con el tiempo (y una breve escala en un programa de concursos, hace veinte años), lo comprendí a cabalidad, porque lo que nos define como habitantes del planeta Tierra, es el crisol de expresiones, que lo mismo van del arte al entretenimiento, de la ciencia al deporte, etc., pero todas forman parte de nuestra historia, y en ese empeño, son igual de importantes Carl Sagan y Johnny Carson.
Ahora bien, ¿debe el Canal 22 programar documentales sobre grupos del género pop en español? Sí, por el hecho de darle voz a todas las expresiones artísticas producidas por el arte, como la música; quiero pensar que aquellos tuiteros que protestaron por la programación de Timbiriche: la misma piedra, son los mismos que gozaron del documental Seguir siendo, sobre otro importante grupo, Café Tacvba, y, de ser así, les diría, no sin sorna: “¿Y la congruencia, ‘apá?” Si bien celebran que su grupo favorito sea tema de un documental, por lo menos le deben algo de respeto a otro que no es de su agrado. Además, el documental tiene la finalidad de dar testimonio de un suceso importante, sea éste del ámbito público y/o privado. Sobre la presencia de la música como tema principal de un documental, recordemos dos clásicos irrebatibles: El último vals de Martin Scorsese, sobre The Band, y aquél que diera testimonio sobre el festival de Woodstock.
Ahora bien, dentro del cine mexicano, la música ha figurado como tema principal de toda serie de documentales; recordemos los programas televisivos producidos por Canal Once, Flores de asfalto, sobre el rock hecho en México. (El más recordado, sobre Rockdrigo González.) Y en años recientes, contar con un documentalista como Carlos Marcovich, le inyecta sangre nueva a esa mirada fílmica. Disfruté sobremanera de Timbiriche: la misma piedra, y eso que no fui muy fan del grupo en su tiempo.
Cierro estas líneas con un anuncio: después de una accidentada primera transmisión, Canal 22 transmitirá, este martes 19, otro documental de Marcovich, Cuatro labios, sobre el grupo OV7, harto conocido en los años 90. (Sobra decir que lo veré gustoso, no por el grupo, sino por la forma de contar su historia.) Ojalá y sus “detractores” sepan reconocer que, si en algo se distinguen los buenos canales culturales, es en darle foro a todas las expresiones, incluidas las de índole popular.
Una tardía confesión, a 47 años de la Cineteca. Por estos días, la Cineteca Nacional cumple 47 años de llevar cuidar y difundir el patrimonio fílmico del país, y de otras latitudes, y en ese afán, en sus redes sociales se invitaba al público a compartir imágenes y testimonios sobre su experiencia al visitar sus instalaciones, en la colonia Xoco, en la alcaldía Coyoacán. Y frente a este importante suceso, quien esto escribe aprovecha la oportunidad de “confesarse”: en esos 47 años, sólo dos veces he pisado el recinto de la Cineteca, y no, precisamente, para ver una película.
La primera vez que supe de la existencia de la Cineteca Nacional, fue a principios de los dosmiles, cuando me di a la tarea de visitar todas las sucursales de las Librerías Educal, y conseguir varios libros editados por CONACULTA, en particular, Alta infidelidad y Los espejos cóncavos de Raymundo Ramos, maestro y colega. La librería se ubicaba en ese entonces en la llamada “plaza del cubo”, y además de encontrar el libro de marras (para obsequio, seguro imaginarán), quedé impresionado por una colección de cuadernillos publicados por la propia Cineteca. (Uno de éstos, en torno al cineasta griego Theo Angelopoulos, no lo compré ahí, sino en la Educal del Museo de las Culturas, pero ésa es otra historia…) Prometí volver por algunos, cosa que nunca sucedió.
La segunda escala se dio siete años después de la remodelación, cuando tuve un día libre a resultas de un breve paro en la UNAM, y se me ocurrió alcanzar por allá a una persona especial para mí; por desgracia, no llegué a tiempo para entrar juntos a la función, y mientras avanzaba la película, me di una vuelta por el corredor comercial que se había construido en la entrada principal, y, como se imaginarán, pasé a Educal, donde las mesas de ofertas me hacían ojitos para llevarme algún libro de ahí. En lugar de ceder a las gangas, me fui hacia los anaqueles de películas en devedé, y cuando estuve a punto de llevarme una, vi en mi reloj que ya era muy tarde y volví a casa sin éxito alguno. (Aún me debo una visita con Ella…)
En la pasada Feria de Minería, la Cineteca Nacional tuvo un stand, en el cual ofrecía sus publicaciones y algunos artículos de novedad como libretas, tazas, camisetas, bolsas, entre otros souvenirs. Ganas no me faltaban de comprar algo, pero me contuve y resolví acudir en otro momento, con algo de dinero en la bolsa y muy bien acompañado.
Para quienes sí acuden a la Cineteca Nacional, 47 años son toda una vida (o la suma de varias) en aras de una pasión cinéfila que sigue ganando batallas, porque si “el cine es mejor que la vida”, en la Cineteca se vive mejor. (¡Enhorabuena!)
Cita intensa. “¿Por qué escribir? Por tantas razones: por amor, por miedo, como protesta, para distraerse ante la imposibilidad de vivir, para exorcizar un vacío, para buscarle un sentido a la vida. A veces para establecer un orden, otras para deshacer un orden preconstruido; para defender a alguien, para agredir a alguien. Para luchar contra el olvido, con el deseo -tal vez patético pero grande y apasionado- de proteger, de salvar las cosas y sobre todo los rostros amados, de la abrasión del tiempo, de la muerte. Escribir es también un intento de construir un Arca de Noé para salvar todo lo que amamos, para salvar -deseo vano e imposible, quijotesco pero inextirpable- cada vida” (Claudio Magris, Lápices de colores: Discurso de aceptación del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2014).
Hacia un reto de lectura. Desde hace dos años, me enfrasqué en una interesante tarea, que me reactivara un poco el ritmo de lectura: asumir uno de los tantos retos de lectura que se comparten en redes sociales, donde lo mismo entran los clásicos que las obras de cuño reciente. Luego de ver el trabajo de grandiosas booktubers que sigo en Twitter, me dio un poco de “miedo” y resolví no entrarle a otro reto… hasta ahora, puesto que, luego de pensarlo mucho, me dije “¿por qué no? Y como el confinamiento va para largo, hay que sacarle jugo a los propios anaqueles”.
Como ya era algo tarde para participar en el convocado por una conocida cadena de librerías (cuya agenda pienso aún comprar, con todo y que estamos a mitad del mes), y con el balance previo de los consejos de mis colegas, finalmente di mi brazo a torcer y seguir encarrilado con el ejercicio correspondiente a 2021, y que se compone de la siguiente manera:
ENERO: Autor favorito.
FEBRERO: Adaptado a una serie de TV.
MARZO: Autor de tu país.
ABRIL: Ganador de un premio.
MAYO: Que comience una trilogía.
JUNIO: Escrito en el año de tu nacimiento.
JULIO: Biografía.
AGOSTO: Publicado en 2021.
SEPTIEMBRE: Un libro publicado hace más de 100 años.
OCTUBRE: Un libro prohibido.
NOVIEMBRE: Un libro cuyo título sea de una sola palabra.
DICIEMBRE: Adaptado a una película.
(Por si alguien de ustedes decide seguirme el paso, en el “gatito” #RetoLector2021 tendrán santo y seña. De antemano, gracias.)
¡Felicidades, Elssie! En esta entrega de las Horas estamos de manteles largos, por el cumpleaños de una joven colega y amiga, cinéfila por los cuatro costados: Elssie Juan de Dios, abogada de la FES Acatlán, con el corazón al sur de la Ciudad, cuyo comentario en alguna red social me recordó la primera vez que la conocí, al final de una exhibición de cine, y entre cafés y recomendaciones cinematográficas, se dio una amistad a primera vista.
Desde estos lares hebdomadarios, le mando un fuerte abrazo, con la esperanza de seguir coincidiendo tanto en la pantalla de plata como fuera de ésta. (¡Enhorabuena!)
@Cliobabelis
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