Los contrastes de la seguridad
Estos días han sido anímicamente difíciles por varias pérdidas que lamentablemente me he enterado. No importa que sean conocidos, familia política o familia directa, son pérdidas que significan para quienes los conocieron, compartieron varios momentos con diversidad de matices y lo más importante, formaron parte de su vida. Es complejo llevar el duelo a distancia, muchas costumbres se están transformando para que se pueda estar virtualmente presente. Sin embargo, dar el pésame a través de alguna plataforma virtual o por una llamada telefónica, no tiene la misma calidez.
Durante estos meses, el ciclo de despedida se ha ido transformando a una forma virtual –si es que se tienen los medios– para llevar acabo el novenario, por así decirlo, de forma presente. Si antes notaba los contrastes sociales, es más latente hoy en día por la presente pandemia como todas las seguridades y planes proyectados pueden desaparecer de un momento a otro, porque somos vulnerables ante diferentes variantes que no dependen de nosotros y otras no están a nuestra disposición.
Uno de los contrastes más significativos es ver a lo largo y ancho del país las formas de evidenciar las consecuencias de ciertas poblaciones por hacer reuniones, celebrar a algún santo o virgen o en su defecto hacer fiestas que no están recomendadas en plena pandemia. Esta situación se vuelve un dilema tanto moral como ético, porque algunos no consideran que esa acción afectará a sus vecinos o comunidad y que finalmente, los únicos que van a padecerla son ellos, lo cual hará más duradera la pandemia.
Tan solo aquí en la Ciudad de México, en ciertas noches –principalmente fines de semana- puedo escuchar a los vecinos haciendo una fiesta con música a todo volumen, en ocasiones más de diez personas adultas, además de infantes y adolescentes. Van dos ocasiones donde llevan mariachi en vivo. Y no es por evidenciar las prácticas que se replican en otras colonias de la ciudad, sino porque, así como hay personas festejando, están otras familias que están de luto, si está en sus posibilidades llevan a cabo el novenario de manera virtual. Y después de estos dos contrastes, se suma otro que en otros artículos ya he mencionado con anterioridad. El personal médico y de limpieza en hospitales o clínicas, que si de por sí, ya tenían pesadas jornadas de trabajo y guardias nocturnas, ahora tienen menos descanso. Muchos podrán decir y escudarse en: “es su trabajo”, “para eso estudiaron eso”, sí lo es, pero no porque sea su trabajo van a dejar de tener su vida familiar. Se han tenido pérdidas en ese sector y al tenerlas, se disminuye la seguridad de que en caso de que necesites atención hospitalaria, habrá un médico que te atenderá.
El problema de que se lleven a cabo este tipo de celebraciones, fiestas o reuniones viene de un aspecto que tiene relación con no postergar algo por perder la seguridad de ese acontecimiento. Sin embargo, ¿a costa de quién o quiénes?, ¿cuántos más deben de padecer este golpe?, ¿a qué precio se pagará el ánimo de reunirse? Solo eso se sabrá al pasar la pandemia.
Cada quien puede hacer el cambio, si lo implementa desde su cotidiano. Queremos reunirnos como antes, pero no es el tiempo, no son días. Si somos empáticos con el dolor del otro entenderemos que, así como a ellos, nosotros. Aún no hay seguridad alguna porque apenas se van a implementar las primeras dosis en la población y es una responsabilidad en colectivo si queremos salir adelante. Después de todo, queremos volver a nuestro ritmo de vida anterior con salidas al cine, viajes, fiestas, clases en modo presencial, entre muchas otras actividades ¿o queremos que esos tiempos solo sean parte del recuerdo? ¿Qué seguridad tenemos si estamos en constante discordancia? ¿Tenemos seguro nuestro futuro?
Por: Estefania T. Minor
@FannyTMinor
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