FRAGMENTARIO Y ELOCUENTE

Escrito por Ulises Velazquez Gil el . Posteado en La Marcha de las Letras

Ulises Velázquez Gil

En alguna parte de El hijo del Capitán Trueno, Miguel Bosé nos dice que “los recuerdos que son abordados, al principio, están rodeados de niebla”, y no es para menos, puesto que, en el afán de recuperarlos para el momento presente, no nos llegan del todo nítidos; en ese sentido, es preciso armarse de valor y emprender su escritura, a fin de recobrar su claridad y justipreciar mejor su presencia.

Consciente de esto, Claudio Isaac nos entrega un volumen de raigambre memorialista, en torno a un director de cine cuya obra sigue suscitando interés genuino que enconada polémica; en particular aquéllos de los cuales fue testigo. Bajo la forma del fragmento, Luis Buñuel: a mediodía nos presenta aspectos del cineasta solamente reservados al anecdotario o a la secrecía reservada a las amistades de carrera larga. Luis Buñuel era un hombre con un sentido casi sagrado de la intimidad. A pesar de que en estas notas me entrometo en algunos de los intersticios más privados de su vida, en espíritu he tratado de no traicionar su pudor.

A fuerza de persistencia, el autor cuando joven se integró al círculo de visitas a casa del cineasta español, donde fue testigo de sucesos propios de una película suya que instantáneas de colegas y amigos inimaginables por sí mismos. Por ojos de Claudio Isaac, vemos a un Buñuel inusitado, que se expresa de los actores como viles cucarachas (entomofílico, al fin y al cabo); juega de manera mordaz y punzante con sus colegas Julio Alejandro y Luis Alcoriza (donde el juego se vuelve fuego, a medida que consume sus taras más evidentes); y hasta se da el lujo de ser todo un señor dentro de su casa (lo que tenía siempre en vilo a su esposa Jeanne, mujer sin piano que le tuvo gran cariño al joven Claudio). Pero entre todas esas cosas (y las que se acumulen a medida que avancemos en la lectura), el viejo Buñuel se permite la generosidad y el magisterio hacia un joven interlocutor, empeñado éste en seguir su vocación cinéfila, pese a que don Luis intenta descaminarlo a la primera provocación.

¿Cómo es que joven adolescente se volvió interlocutor -casi amigo- de un cineasta consumado? Alberto Isaac, padre del autor, dedicó un cartón periodístico en loor de Buñuel cuando éste viajó a España para filmar Viridiana, con resultados explosivos para el régimen franquista. […] El dibujo rebasó el interés local y se publicó en revistas internacionales e incluso en libros monográficos, convirtiéndose así en un espaldarazo a la causa de Buñuel. [Éste] no olvidaba favores y me parece factible que el gesto de mi padre haya sellado la amistad.

Con todo y que Alberto Isaac fuera más amigo del director de El ángel exterminador, con el joven Claudio el respeto se volvió admiración, y ésta, en amistad, obsequiándole consejas que complicidades, vituperios y maravillas. A mí me venía natural el tutearle, desde siempre, pues mis padres lo hacían así. En su caso, más que una mera modalidad, éste era signo de un trato más despreocupado y desenvuelto, y aún teniéndole un respeto manifiesto no se andaban con protocolos ni ceremonias.

Dentro de la galaxia buñueliana, Claudio Isaac conoció a otros planetas y constelaciones, tal es el caso de Octavio Paz, quien elogió los afanes lectores de un adolescente rodeado de locos ungidos al arte; los Alcoriza -el ya mencionado Luis y su esposa Janet-, quienes hicieron del cine una extensión de la vida (literalmente); el padre Julián Pablo, sacerdote con quien Buñuel gustaba conversar sobre temas religiosos -con todo y que el cineasta seguía preso de su propia boutade, “soy ateo, gracias a Dios”. Con Alberto Isaac, más allá del cartón de marras, en sus encuentros predominaban las risas: […] Siempre reían. Me atrevería a decir que el cariño más grande surgió de la risa conjugada. Pero don Luis y el joven Claudio fueron más allá de las risas… No fue para mí un maestro de cine, pero sí -con todas las discrepancias que el lector ya conoce- de vida. Un maestro de vida. Su gran lección, para mí, es la sencillez, la modestia, el despego de las cosas materiales, su compromiso ético y su lucha por alcanzar la congruencia […] Dejó su solidez, su rectitud, la consistencia de su dignidad.

En suma, Luis Buñuel: a mediodía no sólo permite que conozcamos a un cineasta más allá de su obra fílmica, más aledaño a los sucesos de la vida diaria, donde las medias tintas no se permitían ni por asomo. Para fortuna nuestra, la pluma de Claudio Isaac concede justo lugar tanto a la memoria como la fidelidad al recuerdo: fragmentario y elocuente, como toda vida digna de contarse, pero sobre todo para vivirse. Como Pablo Picasso para Miguel Bosé o Alfonso Reyes en el caso de Octavio Paz, el magisterio buñueliano sobre el autor se torna complicidad no sólo por la sabiduría transmitida por el cineasta, sino también por hacerle partícipe (cómplice, incluso) de sus propias taras e ilusiones, detalles sólo reservados para amistades de carrera larga.

A la par de Prohibido asomarse al interior de Tomás Pérez Turrent y José de la Colina, y de su volumen de memorias, Mi último suspiro, la lectura de este libro no dejará de suscitarnos sorpresas que desconciertos, donde al final del día sólo somos seres humanos en la medida de nuestros recuerdos, o en la mirada que nos dibuja en la memoria.

Quede aquí la invitación para viajar al interior de una vida dispar por interesante. (Así sea.)

Claudio Isaac. Luis Buñuel: a mediodía. México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/ Universidad de Guadalajara/ Secretaría de Cultura-Gobierno del Estado de Colima, 2002.

 

@Cliobabelis

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