DE LIBRERO A BIBLIOTECA
(Carta librera para Alexia Guadalupe Palma)
Querida Alexia:
En alguno de tus mensajes de Twitter, luego de leer mi tuit sobre una imagen de tu librero, me comentaste que no cuentas con un librero como tal, y que los libros que iban llegando a tus manos, hallaban acomodo a donde fuera. Al terminar de leerte, me quedé pensando sobre el largo camino que llevó a mi librero para volverse una pequeña biblioteca.
Todo comenzó hace muchos años, cuando mi padre me hizo un pequeño librero, para colocar tanto libros de texto como toda suerte de objetos, como figuritas de dibujos animados o cosillas encontradas al azar, como llaves, lápices, papeles, y hasta un radio despertador -porque niño radio. A medida que pasaba el tiempo, y mi interés por los libros aumentaba día tras día, ese librero albergó mis primeros ejemplares de Lecturas Mexicanas (segunda y tercera series), comprados en librerías Educal y en breves escalas a la caseta del Correo del Libro, cuando por razones burocráticas visitaba el Ayuntamiento de Atizapán de Zaragoza.
Tiempo después, y ya en la carrera de Letras Hispánicas en la FES Acatlán, aquel librero se llenó con los ejemplares que iba consiguiendo, tanto para las materias como por gusto propio; ahora que lo pienso, con el tiempo se conformó una especie de corpus sobre literatura mexicana del siglo XX, porque varios de los autores eran, precisamente, mexicanos. Desde Beatriz Espejo y René Avilés Fabila hasta Vicente Quirarte y Mónica Lavín, pasando por Cristina y José Emilio Pacheco, la literatura mexicana hacía acto de presencia por donde quiera que volteara la vista.
A mi librero de toda la vida se le unieron, en primer término, una mesita como de cafetería y más tarde, un mueble para televisión, además de mi escritorio, en cuyos cajones guardaba cassettes y compact discs; tiempo después, la mesita y el mueble televisivo salieron de mi cuarto y dieron paso a un librero más, que se llenó -¡y hasta en doble fila!- de abajo hacia arriba. En éste encontré fácil acomodo para los libros de Narrativa Actual Mexicana y Grandes Obras del Pensamiento Contemporáneo, casi a manera de joyas de la corona -y porque los de Narrativa estaban firmados.
Entre depuraciones de temporada (a mitad de año) y donaciones de mi acervo a colegas y amigos, mis libreros siguen recibiendo a nuevos volúmenes por leer; colegas y maestros, tanto de la carrera como fuera de ésta, han contribuido en ese empeño. Desde presentes cumpleañeros hasta obsequios radiofónicos, televisivos y de internet, son tantos los temas que han hecho escala en mi ahora biblioteca. (Recuerdo que Ascensión Hernández Triviño me dijo, en algún homenaje a José Luis Martínez en El Colegio Nacional, que mi biblioteca sería como la del homenajeado, y mi respuesta fue la siguiente: “Pero si está chiquita…” Y se echó a reír.)
De un tiempo a la fecha, echo mano de los servicios del Servicio Postal Mexicano (hoy día, Correos de México) con el fin de prolongar la magia de mis libreros hacia otros lares; porque si en algo creo fervientemente es en aquel adagio de “una biblioteca vale más por lo que comparte que por lo que tiene”, y ello se aplica a los libros que he enviado desde entonces. Desde un libro sobre Julio Cortázar hasta una edición de bolsillo de La Emperatriz de Lavapiés, pasando por un pequeño gran estudio sobre Elena Garro, mi biblioteca no deja de prodigar sus maravillas y milagros.
Querida Alexia, al momento de terminar la escritura de esta carta, han pasado apenas dos días desde que eché al correo un paquete con algunos libros para ti, con la esperanza de que lleguen a tus manos y, de alguna manera, contribuyan a que el panorama, descrito en tu mensaje de Twitter, cambie para bien: de librero a biblioteca.
Muchas gracias por coincidir y que estas palabras y envíos sean los primeros de una maravillosa amistad.
Recibe un cálido abrazo de
Ulises Velázquez Gil
@Cliobabelis
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