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LAS HORAS DE MI AGENDA

Escrito por Ulises Velazquez Gil el . Posteado en La Marcha de las Letras

Ulises Velázquez Gil

Romperlo todo… por nada. Hace no más de un mes, se dio una enconada polémica tanto en redes como fuera de éstas, sobre un documental producido por una plataforma de entretenimiento (la de “la ene roja”, para más señas). El documental en cuestión lleva el nombre de Rompan todo, sobre la historia del rock en Latinoamérica, que en sus primeros capítulos generó toda serie de reacciones adversas, porque se “privilegia” en demasía la presencia de ciertos intérpretes y productores, dejando de lado a otros más importantes, y cuyas aportaciones al mundo de la música son más dignas de notar.

A raíz de la transmisión de los primeros episodios, en redes sociales empezaron a sonar varios nombres, sobre todo de mujeres que abrieron brecha en cuanto al rock en este lado del charco. (Digno es de resaltar la labor hecha por Tere Estrada, tanto arriba como abajo del escenario; sus Sirenas al ataque dan muestra de ello.) Y como Tere Estrada, varios músicos, expertos en el tema, y público conocedor expresaron su descontento por el documental de marras, pero también soltaron varios nombres con el fin de acercarse a su historia y del cómo la dedicada escucha fue primordial para acercarse al rock en sí.

En el afán de hacer una historia general, en cualquiera que sea el tema, todo queda como la Lotería Nacional, es decir, “aproximaciones y reintegros”. No dudo de la importancia de Rompan todo, lo que sí es susceptible a duda es tomar ese documental como definitivo. Nunca estará de más buscar bibliografía al respecto (José Agustín nos dejó muchos artículos de índole musical, por ejemplo; Mafer Olvera y la propia Tere Estrada, sus libros sobre rock en México, y en fechas recientes, un volumen de entrevistas de nombre A través del vaso, por obra y gracia de Mariana H.), o echarle un ojo a los programas producidos por la televisión pública (como los hechos por Canal Once, sobre Rockdrigo González, o aquella serie llamada Sónicamente); eso sí, no cejan en el empeño de contar, además de la historia completa, la parte que nos corresponde. (El resto vendrá por añadidura, de verdad.)

Cita sin avisar. “Alrededor de cada palabra existe un silencio. Un silencio indestructible. Cada palabra está rodeada de una gravedad que se apropia de nosotros cuando sentimos el silencio que nos circunda. Si pronunciamos la palabra padre, en torno percibimos una gravedad trémula. Que no es la misma si pronunciamos la palabra madre. Algo cambia en rededor. Ese silencio teja ascuas. Arma figuras y modulaciones. Como la llama del pebetero. Cuya exaltación no comprendemos, pero respetamos. Así, curiosamente, cuando no entendemos el significado de las palabras nos quedamos con su música. Y su silencio. Los silencios que entrecortan aquella palabra y que la vuelven inteligible” (Eusebio Ruvalcaba, “Silencio vs. oído”, en: Los ojos de las mujeres. Aforismos desde el umbral).

Presencia de dos escritores. La semana pasada, la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco, rindió homenaje a dos insignes profesores del área de Ciencias Sociales y Humanidades: José Francisco Conde Ortega y Sandro Cohen, fallecidos hace varios meses. (En algún momento, intenté escribir algo sobre ellos, pero recordé aquella escena de Sostiene Pereira -la novela como la película- donde el editor del diario vespertino le encomienda a su joven colaborador la escritura de varias notas necrológicas, con el fin de tenerlas listas, llegado el momento. Y como lo dije en una entrega anterior de estas Horas, no haría de este espacio un desfile de obituarios, cosa que he cumplido hasta la fecha…)

La primera vez que leí a José Francisco Conde Ortega fue gracias a una carpa de Libros UNAM frente al Palacio de Minería, donde compré varios libros de la colección El Ala del Tigre, entre éstos, su libro de poesía Los lobos viven del viento. Me sorprendió su poesía, tan urbana, tan cercana al tiempo presente. (Su poema sobre la camisa, es mencionado por Vicente Quirarte en alguna página de sus Enseres para sobrevivir en la ciudad.) Tiempo después, en alguna feria del libro del IPN conseguí Diálogo en voz baja, ensayos sobre literatura mexicana; tanto ése como el de poesía tuvieron la fortuna de contar con su firma después de una presentación en el Museo Mural Diego Rivera. La vida nos daría otra oportunidad de coincidir, esta vez, en la Feria de Minería (donde me firmó Diálogo inmediato, también de ensayos), donde celebró un comentario mío hecho a Fabiola Camacho en una mesa redonda de jóvenes ensayistas; también ahí conocí a su hijo Jesús Francisco Conde de Arriaga, músico y también escritor. (Con el buen Conde no han parado los gratos encuentros, y en Minería la mayor parte…)

Respecto a Sandro Cohen, además de tener su nombre muy presente por su conocido manual de redacción, mi primer encuentro con una obra suya fue por mero azar, mientras revisaba unos ejemplares de la Revista de la Universidad, a la búsqueda de sonetos escritos por autores mexicanos para la antología que preparaba mi maestro Raymundo Ramos. Al encontrar un soneto escrito por Cohen, lo fotocopié de inmediato, y días más tarde, se lo hice llegar a mi maestro. Tiempo después, cuando a esa antología se le puso lomo, tapas y el título de Otros 1001 sonetos mexicanos, tuvo varias presentaciones, entre éstas, una en la sala “Manuel M. Ponce” del Palacio de Bellas Artes, donde uno de los presentadores fue, ni más ni menos, que el propio Sandro Cohen. Según supe después, al saber que un soneto suyo fue compilado en ese libro, correspondió esa deferencia con la presentación, pero ahí no quedó. Cuando Miguel Ángel de la Calleja creó Parentalia ediciones, uno de los primeros autores en ser publicados fue, precisamente, Sandro Cohen, con la plaquette Tan fácil de amar. (En la primera gran presentación de la colección Fervores de poesía, Sandro firmó mi ejemplar.)

En la página que tiene Parentalia en Facebook, encontré una fotografía del homenaje a Raúl Renán en la Casa Universitaria del Libro; aparecen, flanqueando al festejado, Luis Chumacero, Eduardo Casar, Bernardo Ruiz y, desde luego, a Sandro Cohen y a José Francisco Conde Ortega. Esa imagen puede definirse en una sola palabra: Poesía. Tanto la de Conde Ortega y como la de Cohen, están a la espera de un naciente lector suyo, que los devuelva a este mundo por obra y gracia de la palabra escrita. (Quede en ustedes el ulterior acercamiento.)

Bosque es memoria. Al momento de cerrar esta entrega de las Horas, me llega una excelente noticia: la próxima aparición de la nueva novela de nuestro querido colega y amigo Jorge F. Hernández, Un bosque flotante, sobre sus años de infancia en Washington. Sin embargo, la noticia no me sorprendió del todo, puesto que, en alguna charla dentro de las actividades de la Brigada Para Leer en Libertad, compartió con el público la escritura de esa novela, que consignaría gran parte de sus experiencias en el bosque de Mantua, aledaño a la ciudad capital de los Estados Unidos, y que hasta ese momento llevaba el título tentativo de Bosque es memoria.

Recuerdo que al final de esa charla, le mostré a Jorgefe mi libreta en donde había anotado el nombre tentativo de su novela, y se sorprendió a leer Bosques memoria; me hizo la corrección respectiva, y le dije que mi error me recordó un poco a Gilberto Bosques. Me celebró esa puntada, y después le pregunté sobre Saber de memoria, volumen hermano de Signos de admiración: “Ya lo tengo listo, pero todavía no hay editor…”. “Cuando salga, te lo presento. De verdad”.

Desde aquí va un saludo y una felicitación para Jorge F. Hernández por su nuevo libro, el cual, sobra decir, ya muero por leerlo. (¡Enhorabuena!)

@Cliobabelis

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